Comentario previo:
Las sopas y cremas calientes han sido mis enemigas acérrimas en la mesa y siempre he sido en este aspecto un declarado "mafaldista" y activista "antisopero". Pero, no sé si por la edad o por el puro reto de tomar un alimento cálido y ligero, cada vez soy más propenso a incluir entre mis elaboraciones y a presentar en mi mesa platos que nunca hubiera imaginado divulgar, como esta sopa de tomate.
A parte de estas singularidades de mi conducta alimenticia, la sopa de tomate era algo que me repugnaba particularmente. Supongo que el hecho de haber probado solamente alguna de bote tiene que ver algo. Tengo el recuerdo particular del asco que me dio tener que cenar una de estas sopas, ya no muy caliente, en una estancia campista. Supongo que ello me había llevado a alejarme lo más posible de la sopa de tomate. Pero poco a poco me he ido convenciendo de que podía ser agradable una elaborada en casa y, no sin darle muchas vueltas, me decidí por elaborar ésta que os presento.
Por supuesto, con tomates naturales maduros y sabrosos seguro que está mejor. Pero a falta de estos buenos ejemplares me he decidido por unos de conserva artesanal de El Modesto, que han resultado satisfactorios.
Hay muchas sopas de tomate. Desde las más sencillas con cebolla, tomate y agua, hasta las más complejas con todo tipo de verduras en el sofrito. Hay versiones picantes y versiones casi dulces. Pero yo me he decidido por una de sencilla elaboración y sin demasiadas complicaciones en los ingredientes.
Eso sí, como sigo teniendo latente y duradera aversión hacia la sopa, siempre procuro disfrazar lo más posible con elementos de cierta solidez su líquida presentación. Me he inclinado por complementarla con una rodaja de pan tostado y una cucharada de ricotta, además de espolvorear la superficie con cebollino seco picado.
NOTA: Hay quien gusta de poner un poco de azúcar para reducir la acidez del tomate. A mí me gusta esa acidez y no he usado azúcar, pero queda al gusto de cada cual usarlo.
Continuar leyendo esta entrada »
A parte de estas singularidades de mi conducta alimenticia, la sopa de tomate era algo que me repugnaba particularmente. Supongo que el hecho de haber probado solamente alguna de bote tiene que ver algo. Tengo el recuerdo particular del asco que me dio tener que cenar una de estas sopas, ya no muy caliente, en una estancia campista. Supongo que ello me había llevado a alejarme lo más posible de la sopa de tomate. Pero poco a poco me he ido convenciendo de que podía ser agradable una elaborada en casa y, no sin darle muchas vueltas, me decidí por elaborar ésta que os presento.
Por supuesto, con tomates naturales maduros y sabrosos seguro que está mejor. Pero a falta de estos buenos ejemplares me he decidido por unos de conserva artesanal de El Modesto, que han resultado satisfactorios.
Hay muchas sopas de tomate. Desde las más sencillas con cebolla, tomate y agua, hasta las más complejas con todo tipo de verduras en el sofrito. Hay versiones picantes y versiones casi dulces. Pero yo me he decidido por una de sencilla elaboración y sin demasiadas complicaciones en los ingredientes.
Eso sí, como sigo teniendo latente y duradera aversión hacia la sopa, siempre procuro disfrazar lo más posible con elementos de cierta solidez su líquida presentación. Me he inclinado por complementarla con una rodaja de pan tostado y una cucharada de ricotta, además de espolvorear la superficie con cebollino seco picado.
NOTA: Hay quien gusta de poner un poco de azúcar para reducir la acidez del tomate. A mí me gusta esa acidez y no he usado azúcar, pero queda al gusto de cada cual usarlo.